jueves, 17 de marzo de 2011

Cuatro: Despacio, que voy apurado

 ¿Ya comenté que embarcarnos en un embarazo no fue una decisión fácil? Bueno, es increíble cómo el deseo de lograr algo nos lleva por derroteros mentales impensados. Sentir que el tiempo corre y que se escapa la experiencia única de ser padre (y serlo joven), me puso ante circunstancias especiales. Viví varias y, probablemente, me quedan algunas por experimentar.

Cuando aún no recibía un "sí" de Andrea, bromeaba con ella, amenazándola que una noche iba a cambiar sus pastillas por dulces, en pos de mi objetivo. "Hazlo -decía seriamente- jamás te lo perdonaría". Y, si hay algo que he aprendido en los 10 años que llevamos juntos, es que no bromea con ese tipo de cosas.

De todas formas, me ponía a pensar en cuántos lo habrían hecho; correr ese inmenso riesgo en beneficio de su objetivo. Maquiavélico. En verdad, me asustaba la idea de perderla, aun cuando debiésemos postergar una y otra vez el sueño de ser padres. El costo de una decisión unilateral era, sin duda, inconmensurable.
Pensaba también en cuántas veces había ocurrido al revés. Mujeres que, por una u otra razón, decidieron embarazarse a propósito, sin que sus parejas pudiesen siquiera, alcanzar a opinar. Hombres que confiadamente se habían entregado a una simple noche de placer, con consecuencias inesperadas. El pensamiento irreflexivo del momento era ¿Por qué me había tocado tan complejo este tema? 

           Hubo conversaciones, tratativas, planificaciones. Ello pues, en general, mi vida se ha regido por etapas "correctamente" marcadas (como ya no se estila). Con la Andrea salimos, luego pololeamos varios años, nos comprometimos y luego, nos casamos. Quizá si lo único "no tradicional" fue irnos a vivir juntos un año antes de nuestro matrimonio. Pero lo hicimos cuando ambos estábamos con pega y teníamos ciertas seguridades (ya dedicaré líneas a esa obsesión de la generación de nuestros padres porque no corramos riesgos). 

Tras superar ese extenso proceso de negociación, en algún momento se tomó (lo digo así para que se entienda que fue conjunto) la decisión de comenzar a intentarlo. Época feliz, momentos de ilusión extrema y también de incertidumbre, porque todos te hablan de lo que significa tener un bebé, pero no logras jamás dimensionar cómo será en realidad.

Claro, habíamos superado la barrera más difícil. Por mi parte, gran satisfacción por los resultados de mi rol de lobbista emotivo, al aportar los elementos que derivaron en una nueva Andrea, dócil y enternecida por el porvenir (aunque siempre con los pies en la tierra). Aparentemente, tenía todo bajo control. O, al menos, todo lo que dependía de ambos.

Pero la vida tiene quiebres como de guión cinematográfico y resulta que un viernes, a eso de las 18 horas...temprano en casa...tomando un exquisito té y compartiendo unas tostadas, Andrea me dice: "me ofrecieron otra pega..."

Luego, silencio. Y después, lágrimas. Había que empezar a buscar, a la brevedad, un nuevo cargamento de paciencia y voluntad. Pero lo peor de todo (a varios años de ocurrido, lo tengo más claro que siempre), había que empezar una vez más, desde cero.



No hay comentarios:

Publicar un comentario