viernes, 20 de mayo de 2011

Trece: Apología de la Paternidad

A dos años del nacimiento de Darío, son tantas las reflexiones y tantos los hechos que han revolucionado mi vida y la de Andrea que (ya se lo he comentado a mis cercanos) este blog tiene para un rato largo.

Mis impresiones tendrán altos y bajos (ustedes considerarán que algunas veces estoy más asertivo que otras). Pero es así como está desarrollándose nuestra vida: de manera fluctuante y en base a mucho de intuición.

No es una queja, sino dar cuenta de una circunstancia. Con la Andrea estamos exhaustos. Y es un cansancio que se vuelve, de cierta manera, crónico. Y podemos soportarlo, pues nos volvemos algo indiferentes a su influencia, en virtud de los extraordinarios momentos vividos con Darío, en una época de su vida que deja puros recuerdos “tipo Kodak”.

“Apología de la Paternidad”, se llama esta entrega y es algo raro el título, pues lo que relato no es esencialmente motivador, para quien recién comienza a pensar en traer a alguien al mundo.

Ser padre (o madre), primordialmente, es una cuestión de entrega. Pero, que se entienda muy bien: esto no quiere decir que quienes optan por no dar el paso sean seres egoístas o hedonistas. Simplemente, estoy caracterizando los esfuerzos que ha requerido esta experiencia para Andrea y para mí.

Entrega, pues como suele decir mi mujer: “La primera prioridad es Darío; la segunda, Darío…y ¿adivina cuál es la tercera?”. Prioridad de transporte, prioridad de tiempo, prioridad de dedicación, así estamos armando la vida en torno a él, no porque seamos obsesivos ni mucho menos, sino porque la edad que tiene lo requiere. Y, porque esperamos que el abanico de posibilidades de elección que tenga (gustos, conocimiento, valores) sea el más amplio posible.

Para el caso, entrega se vuelve sinónimo de renuncia, de postergar muchas cosas de la vida personal (individual y de pareja) en pos del beneficio de Darío. Para decirlo en otros términos, el sueño que representaba él para nosotros (y por el cual estuvimos dispuestos a avanzar), se devoró gran parte del resto de los planes. Al menos, por el momento.

¿Vale la pena? Mi visión, por cierto, es completamente subjetiva (¿qué esperaban?, esto es un blog…) y concluyente: claro que vale la pena. Y las razones que sustentan esa afirmación, en mi caso, dicen relación con lo que entendemos puramente como amor.

Decía Proust que “solo amamos lo que no poseemos completamente”. Y la frase respalda el vínculo que he establecido con la Andrea y con Darío. Amor, a mis ojos, es un camino por recorrer; uno que nunca llega a su fin, pues nunca se completa y es como esos viejos relatos que impulsaban a la humanidad hacia el cambio de paradigmas.

Bajo esa premisa, amar es una chispa permanente, además de una razón fundacional para mi antiguo deseo de convertirme en padre. Cuando Proust utiliza el verbo “poseer”, lo que hace es materializar esa tan humana ambición por rodearnos de estímulos que nada tienen que ver con lo tangible y que cada amanecer nos hacen recordar la delicia de estar vivos. Aun cuando aquello ni siquiera depende un 100% de nosotros.

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