lunes, 26 de septiembre de 2011

Treinta y Uno: Contar

Suelen molestarme por el tiempo que me doy para todo lo que hago. "Lento", me dicen, y claro, en comparación con la rapidez con la que la gente se mueve hoy en día, tienen bastante de razón. Afortunadamente, esta “característica” no es una carga para mí, en el sentido de limitarme sicológicamente, ni mucho menos.

Lo que olvidan muchos, es que dedicar el tiempo suficiente a ciertas cosas, inevitablemente les "agrega valor" (modismo graciosamente utilizado en las empresas actuales), las hace todavía más únicas pero, sobre todas las cosas, más inolvidables.

Esto, a propósito de dos acciones que han movido –y seguirán moviendo- este mundo durante lo que reste de su existencia. La primera, no será abordada en estas líneas, y dice relación con el acto hermoso, natural y físico, que socialmente llamamos “hacer el amor”. Y que, por supuesto, se disfruta todavía mejor cuando hay tiempo…

La segunda titula este episodio y es, simplemente, contar. No números, sino historias. No hay que ser demasiado intelectual o estudioso, como para darse cuenta de las relaciones humanas girar en torno a relatos. La conversación con un amigo por teléfono; la petición de una pizza; la disertación en el colegio…todos son relatos con argumento y estructura de principio, desarrollo y final…

Independiente de si les gusta o no la manera en que cuento las historias en este blog, a mí me apasiona el contar y, al menos, eso es lo que espero que se traspase a cualquiera de los lectores, permanentes, u ocasionales.

Soy periodista y profesor, y estructurar discursos es una parte fundamental de mi labor. Sin embargo, lo principal del oficio no lo aprendí en las aulas, sino en extensas conversaciones nocturnas con mi abuelo paterno, maestro en el arte de inventar, mentir y seducir con la palabra. Latentes están aún en mi cabeza la infinidad de historias de las que fui privilegiado oyente, mientras compartíamos un estofado y un mate.

Ahora que mi abuelo, Rolando, tiene más de 80 años y está con serias complicaciones de salud, la nostalgia de esos días se ha alojado en mi corazón, en una mezcla de tristeza con esperanza.

Pena, porque se apaga una de las luces creativas más inspiradoras de mi vida. Y esperanza, porque en cada historia que hoy comparto con Darío, pongo parte de lo aprendido. Y sobre todo, agrego el ingrediente principal…tiempo…porque los relatos que atrapan son los que tienen inflexiones;  giros argumentales; silencios de suspenso; minuto para preguntas…en suma, dedicación para que cada cuento que regalamos, genere un espacio único en la memoria. ¡La mejor herencia que un padre puede dejar!




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