jueves, 13 de octubre de 2011

Treinta y Tres: El Aprendiz

El nombre de este blog, en gran medida, tiene que ver con la posición asumida de aprendiz, en esto de ser padre.  No hay intención de dar lecciones; de lucirse por las decisiones acertadas; de dar lástima por cada equivocación…se trata, simplemente, de compartir experiencias, ojalá de la manera más fidedigna posible, a objeto de aportar al conocimiento colectivo. O también -¿por qué no?-  a la emoción colectiva.

Como es poquito lo que sé, puedo ser presa fácil de quienes “vienen de regreso”, en relación a esta labor parental. A saber, los primeros y más cercanos: los abuelos, también conocidos como mis padres.

Mi relación con ellos, en esto de la crianza ha sido bastante cercana. Recuerdo haberles comentado, en entregas anteriores, que con la Andrea tenemos la suerte y tranquilidad de pasar cada mañana a dejar a Darío a la casa de su abuelita paterna, quien lo cuida, alimenta y entretiene entre lunes y viernes. Semana tras semana…
Esta circunstancia ha implicado establecer un vínculo distinto con mis papás, de manera de proteger nuestra relación de las malas interpretaciones y las posibilidades –siempre latentes- de entrar en un conflicto.

Como padres de experiencia, es inevitable que influyan de manera habitual en la vida de Darío y que, a veces, deslicen una opinión no solicitada, sobre alguna situación de crianza. Lo complejo es cuando esa costumbre se vuelve más intensa e invasiva, como siento que ha ocurrido en las últimas semanas.

Considero que, en general, soy bastante abierto para recibir feedback y, lo más importante, muy flexible, cuando se trata de modificar una decisión (si los argumentos son convincentes).  Pero cuando comienzas a escuchar críticas (de las malas solamente) en cuanto a los calcetines que le pusimos al pequeño; pasando por el tipo de comida que le damos y llegando al punto de cuestionar al médico que lo atiende, es hora de modificar en algo la estrategia receptiva.
En ningún caso es positivo (para ninguna de las dos partes), dar pie a respuestas terminantes o entrar en una polémica por las diferencias de opinión.  Se trata de ser empáticos (también desde ambos lados); de escuchar y de comentar con altura de miras, en qué radican esas divergencias.

Por ahora, estoy saliendo vivo del desafío. Sin embargo, ha habido momentos en que el choque generacional pudo pasar a planos superiores. Sobre todo, en esos minutos en que ni siquiera era necesario dar una opinión (la decisión ya se había tomado), y el aporte que necesitábamos, con Andrea, era distinto. Tiempo al tiempo.
 

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