viernes, 23 de marzo de 2012

Cuarenta y Ocho: Tiempo Compartido

No, no crean que esta entrega tiene que ver con lugares para veranear, o divertirse a través de una cómoda cuota mensual. Tampoco les voy a invitar a un evento donde “puedan conocer nuestro proyecto” y adherir a sus enormes beneficios…

Tengo ganas enormes de hablar sobre el “tiempo compartido” real. Esos periodos, contados con los dedos de las manos, en que realmente disfrutamos la compañía de nuestros cercanos. Cuando, sin preocupaciones externas; sin llamadas inoportunas; sin “pendientes”; nos entregamos a la euforia total del cariño. Claro, siempre y cuando tengamos la voluntad de hacerlo.

Esa conjunción de factores se da, por ejemplo, en vacaciones, cuando planificadamente ordenamos nuestra existencia para el relajo y el disfrute. E, independiente de si logramos o no desconectarnos del día a día laboral, generamos momentos de felicidad que tratamos de atesorar de todas las maneras posibles (hoy tenemos la suerte de contar con fotografía y video digital, cuestión que nuestros abuelos ni habrían imaginado).

Para lo que entendemos como habitual, en cambio, nos cuesta. ¡Y mucho! De lunes a viernes, la llegada a casa, luego del trabajo, es más improvisada, y lleva consigo la carga emocional del día, que muchas veces nos ha dejado destruidos física o mentalmente. Sobre esa circunstancia es que debemos improvisar, de cierta forma, nuevos momentos para el recuerdo, al menos, generando una conversación interesante; una planificación familiar para lo que viene o, sencillamente, una cena que rompa con lo habitual.

Más desafiante es enfrentarse a la energía inagotable de un hijo, que cuando golpeamos la puerta de casa, llega corriendo para abrazarnos, tomarnos de la mano, e invitarnos a jugar hasta que llegue la hora de dormir.
Leía hace poco que los niños que juegan con sus padres son, derechamente, más felices. Y creo estar 100% de acuerdo con ese estudio. Al menos, siento que el rostro de Darío no me miente, cuando al acostarse –de mala gana- proyecta la alegría de haber vivido momentos entretenidos y el agradecimiento por tenernos ahí, por “enganchar” con sus ideas, por sudar si es necesario, en virtud de una entrega casi total.

Por el lado nuestro (Andrea y yo), decir que el efecto es bidireccional. Declarar, por ejemplo, que desde mi experiencia breve, pero bastante intensa, me siento más feliz que de costumbre cuando juego con Darío. Que me acuesto agotado y todavía con tareas pendientes, por cierto. Pero que, mientras me pongo frente a la pantalla pretendiendo extender mis horas de productividad, miro hacia un costado a la Andrea dormida, hermosa, soñando…y yo mismo, aun estando despierto, sueño que esas noches se repiten para siempre.

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