miércoles, 3 de octubre de 2012

Sesenta: Papá, ¿Estás bien?



El vértigo de esta época muchas veces me ha sorprendido en “modo automático” cuando, llegando a casa desde mi trabajo, me aboco a la labor de dar la cena a Darío, vestirlo, bañarlo y acostarlo.

No es que me ocurra siempre. Solo que soy consciente de que hay días en que mis capacidades están muy cerca del límite y resulta infructuoso luchar contra el estado de agotamiento en que me dejan algunas jornadas intensas.

Y como las muestras de destrucción física y anímica son evidentes, es inevitable que Darío me observe con extrañeza, intuyendo que algo no anda como de costumbre.

De esta forma, ante un profundo suspiro o un laaaaaargo quejido de mi parte, él hace un alto en sus actividades habituales (jugar con trenes; armado de rompecabezas u bailes desenfrenados junto a la música de “Tarzán”), me mira con compasión y me dice: “Papá, ¿Estás bien?”

Hay pocos bálsamos que recuperen el cuerpo (y la mente) de una manera tan rápida y efectiva, como esa breve frase, emitida desde la inocencia, pero también desde el conocimiento adquirido respecto de mí y la forma en que me comporto cada tarde.

Darío ya sabe que existe una dinámica cotidiana, en que él se va al Jardín y luego a casa, mientras mamá y papá  tienen que ir a trabajar. Y que hay dos días especiales cada semana, en que “el jardín está cerrado”…en los que “los papás no fueron a trabajar”…y en los que el tiempo (por lo bien que la pasamos), se pasa más rápido que de costumbre.

Romper esa rutina ahora, marca la diferencia. Y no podemos desaprovechar las oportunidades para hacerlo. Ya me lo decía una de las “tías” del Jardín, una vez que me pedí el día y pasé a buscar a Darío en persona: “a veces, vale la pena hacer algunos esfuerzos, cuando se puede”, me dijo, sin intención de condenarme por mi estilo de vida, sino que más bien, ayudándome a abrir mis sensores al momento que estaba viviendo.

La emoción en su rostro y el abrazo que me dio, dijeron mucho más acerca del gesto, que aquello que yo podía haberme imaginado.  Y estoy seguro, por lo que les contaba antes, de que él tenía –y sigue teniendo- muy claro lo que pasa por mi corazón. En ese momento, no podía estar mejor.

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